domingo, 19 de septiembre de 2010

Las concepciones de la medicina científica


Las concepciones de la medicina científica

La medicina al igual que otra cualquiera de las disciplinas científicas ha alcanzado dicho estatus, por el reconocimiento de su método, así como por el valor experimental de sus prácticas y a una profunda intelección médica, ayudada por el formidable desarrollo de la tecnología en general y de la tecnología médica en particular. Pero el hecho fundamental ha sido también el reconocimiento de la misma por la llamada comunidad científica médica, que al inicio constituye una sociedad verdaderamente científica, pero que según avanza el desarrollo del sistema capitalista, esta se vio sometida a los intereses de la ganancia y del lucro privado, generándose verdaderas aberraciones de las prácticas y las concepciones médicas oficiales.

De esta manera la ciencia médica oficial, en su exagerado racionalismo ha terminado por desconocer los aciertos de las prácticas médicas tradicionales y embarcándose en un chato pragmatismo que pretende pasar por ciencia. De allí que la intensa medicalización de la enfermedad es una de las primeras características de esta medicina oficial, desconociendo el carácter y el entorno bio-psico-social y cultural tanto de la salud como de la enfermedad.
Igualmente el desconocimiento y desvalorización de los procesos naturales, como base de la práctica médica tradicional y su exagerado cientificismo le ha llevado de mano del positivismo al abismo de la quimioterapia sintética, que recién empieza a ser considerada como una importante causa de iatrogenias.

El desconocimiento o el olvido del principio hipocrático de que “el médico no cura, la naturaleza es la que cura” a tratamientos cada vez más lesivos y agresivos de las funciones naturales, y a desconocer o no ver en los síntomas de las enfermedades, no sólo las formas de manifestarse las enfermedades, sino intentos de lo profundo de la naturaleza humana de recomponer su equilibrio dinámico.  De ahí que cada vez más la ciencia médica oficial, más aún las transnacionales farmacéuticas, abunden y abusen de medicamentos y tratamientos, que muchas de las veces van dirigidos únicamente a paliar la enfermedad, o en su defecto a suprimir importantes funciones orgánicas y/o a sobre-excitarlas; en cualquier caso atacando los efectos y no viendo o no queriendo ver sus causas.

En este último caso la etiopatogenia de las enfermedades se las trata de ubicar preferentemente en el plano de los micro-organismos, sin considerar en mucho, el papel de los ambientes y los huéspedes. De esta manera, es cada vez más la paranoia de la clase médica y de un gran público, que considera que la asepsia es la respuesta única y mejor en la prevención de la enfermedades, olvidando que estas tienen raíces profundas en los desarreglos y desequilibrios eco-ambientales, sociales, culturales y por último orgánicos; y que hay una demostrada interrelación con las normas de conducta y la moral de una sociedad, así como de la psicología y la ética del individuo, que predispone y en muchos de los casos define importantes procesos patológicos.

Urgida por la necesidad de responder al consumismo de masas que acompaña la sociedad industrial actual, la medicina oficial, la salud, la enfermedad, los tratamientos y los medicamentos, han entrado en esta lógica consumista, que primeramente ha estandarizado a los individuos, luego a las enfermedades y sus causas y por últimos a los médicos y los medicamentos; de tal manera que la capacidad artística de la medicina y del médico se han perdido y con ello la bondad del diagnóstico y tratamiento, quedando de por medio la fría práctica médica llena de aparatajes y razonamientos pseudo-científicos que no alcanzan a ocultar el descalabro de esta práctica médica oficial.

Por último en su afán de reconocerse como única y oficial, ha anulado la iniciativa y la práctica médica alternativa, escudándose en su cientificismo, ha echado al trasto de la basura importantes conocimientos médicos tradicionales, y; en esta posición no solo hay cientificismo sino etnocentrismo, que no termina de aceptar que las razas de color hayan podido desarrollar principios y prácticas médicas por fuera del conocimiento alcanzado por Europa.

De ahí que de cuando en cuando apoyándose en el aparato del Estado, los medios de comunicación colectiva y la aquiescencia de la llamada comunidad científica, lanza verdaderos pogromos sobre las medicinas alternativas, y en medio de ello no está la defensa de la ciencia, sino del vil interés del capital y la ganancia asociada a los grandes laboratorios farmacéuticos y las inmensas instalaciones y equipamientos de los centro de salud pública y más aún de las clínicas privadas; cuyas interrelaciones tienden cada vez más a volverlas globalizadas.

En la visión ética del vivir y morir, la ciencia médica oficial en su afán de ganancia cada vez explora de manera peligrosa elementos de la biogenética que linda con el desconocimiento de la bioética, al igual que el tráfico de órganos, la utilización de drogas, trasplantes y procedimientos quirúrgicos y asistenciales, que para nada significan mejorar la calidad de vida o la recuperación de la salud, sino la pura prolongación de la agonía.

El desenfreno y lo disoluto de la vida moderna en las grandes ciudades del mundo capitalista ha llevado a que el médico pierda su papel de terapeuta y se reconvierta en un comodín que se permite paliar los mayores efectos colaterales de este desenfreno y disolución de los individuos en aras del consumo y la ganancia.

Esta excesiva medicalización de las enfermedades ha llevado a nuevos y mayores problemas en la clínica y el tratamiento, por ejemplo la antibiótico terapia en la actualidad afronta inmensos problemas ante la resistencia bacteriana provocada por el uso y el abuso de los antibióticos. Igualmente la hospitalización en desmedro de los antiguos sanatorios, permite que la sepsis y la contaminación bacteriana sean uno de los mayores problemas colaterales que afrontan los pacientes y usuarios de estos hospitales y clínicas.

A su vez es cada vez más patente el abuso de medicamentos estimulantes y su contraparte los sedantes, promovidos por los médicos y la propaganda, en la vida diaria de millones de personas del mundo desarrollado e incluso del llamado mundo en desarrollo, ante el vertiginoso frenesí de la vida que impone un sistema de valores centrados en la ganancia, el lucro y el éxito individual.
El abuso de los medicamentos, ha llevado a que importantes organismos mundiales haya consolidado una lista única de productos que son de uso prohibido en Europa por ejemplo, y; es conocido desde hace mucho que los Estados Unidos produce una serie de medicamentos de uso prohibido en los propios EE.UU. “for only export” sólo para la exportación; y, que este país que tiene una rígida política para el ingreso de nuevos medicamentos a su mercado nacional, para lo cual exige miles de pruebas clínicas, las mismas que, con el mayor descaro, el desamparo legal y la complicidad de los médicos e incluso entidades oficiales de salud, se realizan en el llamado tercer mundo.

El mismo esquema de la salud pública por ejemplo ha sido desvalorizado en beneficio de la medicalización de la enfermedad y esta sirve de cobertura para desentenderse de los graves problemas socio-económicos y sanitarios al cual están sujetos millones de seres humanos que viven en la pobreza, el hambre y la explotación, pantano sobre el cual florecen las más variadas enfermedades, que el médico occidental y su sistema de salud oficial, busca explicarlas y combatirlas desde su base microbiológica.

Este desenfoque de la etiopatogenia de la enfermedad igualmente ha llevado a la medicina occidental a una especialización exagerada y malsana de su personal terapéutico de tal manera que la visión del conjunto de la enfermedad y de su tratamiento igualmente holístico a desaparecido en manos de los especialistas y sus sofisticadas técnicas de diagnóstico y tratamiento que ello únicamente conocen y que les lleva a desentenderse de los posibles efectos y causas colaterales de las enfermedades y sus tratamientos.

Lautaro Villavicencio G.

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